miércoles, 17 de diciembre de 2008

Sobre los animales


Todos hemos oído alguna vez historias sobre animales salvajes que, acostumbrados al trato con el ser humano y en un determinado contexto, han llegado a adoptar actitudes o costumbres sorprendentes y que creíamos propias únicamente de ese grupo especial de animales a los que denominamos domésticos. ¿Qué diferencia entonces, esencialmente, a un animal doméstico de otro que no lo es? La necesidad. En general el animal salvaje no ha encontrado a lo largo de la historia ningún provecho en su relación con el hombre, y viceversa. En cambio, una convivencia provechosa como la que durante milénios ha asociado al hombre con determinados animales a los que encontraba útiles por unas razones u otras, como gatos y perros, condujo a la domesticación de estos, o sea, a forjar en su instinto tanto la capacidad como la necesidad de convivir con el ser humano. Es evidente que es ésta imborrable herencia genética grabada en su instinto la razón por la cual los animales domésticos muestran preferencia por la compañía del ser humano, llegando a ser capaces de establecer vínculos afectivos en su relación con éste. En cambio, la fuerza del instinto salvaje prevalece en los animales a los que consideramos no domésticos, al margen de excepciones como las que comentaba al comienzo.

Aceptando entonces que la domesticación sea una forma particular de educación, podemos llegar a afirmar que los animales domésticos sean simplemente unos animales más educados o más educables que los salvajes. Al mismo tiempo es obvio que el ser humano lo es sobre todo por una herencia social y cultural que le son transmitidas desde la cuna a través de la educación para que aprenda a ser y a pensar, a transcender su instinto y desarrollar una personalidad compleja y adaptada al mundo en el que tendrá que desarrollar su vida. Un mundo en el que la asimilación de ciertos códigos de conducta heredados se demuestra imprescindible para que los individuos puedan ser aceptados por la sociedad en su conjunto. O sea que, de alguna manera, a los seres humanos también se nos domestica para que podamos vivir en sociedad.

Pero: ¿qué sería de un ser humano que creciera con una falta total de educación? Pues sería poco más que un salvaje, un pobre mono oportunista al que le sobrarían tantas neuronas como pelos echaría en falta, ya que por ejemplo contaría con instinto para recelar del frío, pero no con la educación, la cultura, ni los medios necesarios para saber cómo ni con qué cubrirse. Porque el frío es innato. Y el abrigo, cultural. El frío es un instinto que forma parte de nuestra herencia genética fundamental, al tiempo que el abrigo con que nos protejemos de él no es más que parte de la cultura en la que hemos sido educados.

( CONTINUARÁ )

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