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jueves, 16 de julio de 2009

Just Don't Do It

Greenpeace acusa a marcas como Nike de colaborar en la destrucción de la Selva Amazónica. Mientras, el gobierno brasileño ha aprobado una ley que legaliza la ocupación de 67 millones de hectáreas

¿Qué tienen que ver tus zapatillas deportivas con la destrucción de un ecosistema único y vital para el planeta como es la Selva Amazónica? En el informe que Greenpeace acaba de difundir bajo el título 'Sacrificando la Amazonia' (aquí la versión íntegra en inglés / aquí un resumen en español) se señala con el dedo a marcas de zapatillas como Nike o Adidas por contribuir a la destrucción de una selva de la que también depende la subsistencia de pueblos indígenas como los paracaná.

Resulta que el cuero utilizado por marcas como Adidas o Nike proviene de empresas de Vietnam y China, que a su vez compran este material a compañías brasileñas de vacuno como Bertin, que se abastece en parte con reses criadas en los grandes ranchos ("fazendas") de la Amazonia. Una cadena comercial como cualquier otra en el mundo si no fuera porque la ganadería brasileña es considerada por los grupos conservacionistas como una de las principales causas de destrucción de este paraíso de la biodiversidad: Brasil es el mayor exportador de vacuno del mundo y el 79,5% de todas las áreas en uso de la Amazonia Legal brasileña se utiliza para la cría de reses; donde antes había bosques, hoy se ven pastos sin fin en los que apenas quedan en pie aquí y allí algunas 'castanheiras'.

"La selva lo es todo para nosotros, es nuestro padre, nuestra madre, lo es todo", dice un indígena de la tribu de los paracaná. "No pensamos salir de aquí, es nuestro hogar".

En la web del grupo Bertin, desde hace unos días un comunicado rechaza las acusaciones y asegura que la empresa cumple de forma estricta las leyes brasileñas. Sin embargo, Muggiati no cree tanto en el cumplimiento de las leyes ambientales en la Amazonia, como en otras leyes que considera aquí mucho más eficaces: las del mercado. "Estas marcas tan conocidas también son cómplices de la destrucción de la selva, ellas pueden hacer mucho por la Amazonia si toman medidas para garantizar que el cuero que compran para sus zapatillas no viene de áreas deforestadas". Esto ya ha ocurrido antes; como cuando Greenpeace siguió el rastro de la soja cultivada en la Amazonia hasta los criaderos que suministran los pollos para los McNuggets de los restaurantes McDonald's. "Con la soja se ha conseguido que las empresas monitoreen las propiedades con satélites para verificar que no se cultiva en áreas deforestadas".

A orillas del río Xingu, donde ha amarrado el hidroavión de Greenpeace, todos los paracaná se han dibujado en el cuerpo gruesas rayas negras, como sombras de troncos de árboles tras las que se ocultaran. Nadiuky nunca ha comido en McDonald's ni se ha calzado unas Nike. Pero la tribu tampoco tiene mucho que ver con aquella que, cuando él tenía unos siete años, fue contactada por primera vez en 1976 por hombres blancos que llegaron con cuchillos, espejos y hamacas de regalo. Hoy todos ellos cubren su cuerpo con ropa y en la aldea hay una escuela llevada por la Fundação Nacional do Índio (FUNAI) —la fundación estatal que se encarga de la tutela de los indígenas, a los que la Ley contempla como menores de edad—. Incluso pueden ver todos juntos la tele cuando no falla el generador eléctrico y captan bien la señal. Lo que sí que no ha cambiado ha sido su dependencia del inhóspito ecosistema que les rodea: "La selva lo es todo para nosotros, es nuestro padre, nuestra madre, lo es todo", explica Nadiuky, que cuenta cómo ese cordón umbilical invisible que les une con el bosque está siendo cortado. Sus territorios han sido invadidos por hombres blancos y ya hay pastos abiertos a sólo 20 minutos en barca. "No pensamos salir de aquí, es nuestro hogar", asegura este paracaná dispuesto a defenderse con su arco y flechas si fuese necesario: "No queremos pastos, queremos árboles".

Las cabañas de hojas de palma y barro de esta tribu se vuelven insignificantes desde la ventanilla del hidroavión, hasta desaparecer engullidas por un inmenso mar de árboles. Como otras reservas indígenas, estas son tierras públicas cedidas por el Estado brasileño para la subsistencia de los paracaná y no pueden ser explotadas ni alteradas de ninguna forma. O así tendría que ocurrir. En su conjunto, tras un importante recorte de sus límites, los cerca de medio millar de paracaná en Apyterewa tienen para vivir y cazar una extensa área de 700.000 hectáreas, cuyas fronteras comienzan a ser carcomidas por la deforestación. "Hay gente que dice que es mucha tierra para tan pocos indios, pero ellos la cuidan, no como los grandes terratenientes que crían ganado", asegura el ecologista brasileño Muggiati, "yo lo que digo es que hay demasiada tierra en manos de un sólo 'fazendeiro' (hacendado)".

Como un eco que recorriera los bordes de la selva ocupados por humanos, esta es la reivindicación de muchos campesinos que viven en la Amazonia brasileña: "demasiada tierra en manos de un sólo 'fazendeiro'". Y esto explica, en parte, que a las puertas de muchas haciendas de estos terratenientes haya campamentos del movimiento de los Sin Tierra que piden su expropiación y redistribución, de acuerdo a la reforma agraria de Brasil. La situación se vuelve todavía más complicada por la poca fiabilidad de muchos de los títulos de propiedad de las tierras. Hasta no hace mucho, bastaba hacerse con unos documentos falsos y meterlos en una caja con grillos. Al cabo de un tiempo, salían transformados en unos viejos títulos llenos de agujeros de las primeras colonizaciones. Esta burda trampa da hoy nombre a los falsificadores de propiedades, "grileiros", y a la usurpación de tierras, "grilagem". Hoy estas mafias utilizan sistemas más sofisticados y la selva se vende en grandes parcelas en Internet: es el "cibergrilagem".

Todo esto ha cobrado máxima actualidad en los últimos días en Brasil por la aprobación en el Congreso y en el Senado del país de la "Medida Provisória 458/2009", una ley que supone la legalización de la mayor parte de las ocupaciones de tierras públicas de la Amazonia hasta 2004. Según Greenpeace, una superficie equivalente a 67 millones de hectáreas, más que toda España. El texto, al que se opone de manera frontal Marina Silva, ex ministra de Medio Ambiente del Gobierno de Lula, pretendía de forma original acabar con el caos jurídico existente con la propiedad de las tierras para a la vez introducir mayores requisitos ambientales y de reforestación. Sin embargo, la ley definitiva en la que debe estampar ahora su firma Lula es vista por los grupos conservacionistas como toda una "privatización" de la Amazonia. Así lo piensa también Marina Silva, que en el Parlamento de Brasil recordaba con rabia como Chico Mendes fue asesinado justamente por combatir el "grilagem" y las ocupaciones ahora legalizadas.

(*) Fuente de la noticia: CLEMENTE ÁLVAREZ para SOITU.ES

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